“A mí, que soy menos que el más pequeño de
todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el
evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.” Efesios 3:8
RVR
Aunque este versículo es dicho por Pablo
en la carta a los Efesios, le queda a la perfección a David Livingstone, de
igual forma fue un hombre de fe, además de misionero, explorador y médico. Su
corazón por predicar el Evangelio a toda persona, su anhelo de conocer más las
escrituras, el amor que le tuvo a África, sus descubrimientos en geografía y
botánica… y su inigualable devoción a Jesucristo dejaron huella en el tiempo en
que vivió (siglo XIX).
Aunque descubrió regiones nunca conocidas
en África, siempre se mantuvo humilde y sencillo, en cada exploración que
hacía, sabía que Cristo lo llamaba a compartir el evangelio, pese a que su esposa e hijos
murieron en estos viajes de fiebre, él nunca desistió de su misión. ¡Qué
corazón! Más tarde, sin saber por muchos años de él, el periódico New York
Herald, solicitó a otro explorador Henry Stanley investigar su paradero. Lo
encontró y viajó con él, más tarde Stanley decide regresar, pero Livingstone se queda, para
después morir de malaria.
Su corazón fue enterrado en África y su
cuerpo en Inglaterra… pues decían que su corazón pertenecía a África. ¡Wow! Aunque
realmente estaba en Cristo, pues él conocía que todo se lo debía a Él –como
se lo dijo a Stanley: aquí está el manantial de la fuerza y del poder que
transforma. Que Cristo sea nuestro centro y nuestra riqueza para que ahora
nosotros seamos quienes anunciemos de sus bondades a toda criatura.
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