“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal,
para que sepáis como debéis responder a cada uno.”
Colosenses 4:6 RVR
A veces cuidar lo que dices no siempre es muy cómodo, si
estás acostumbrado a decir lo que te venga en gana, oiga quien oiga, en el lugar que sea… sin importar si ofendes y
lastimas. Por supuesto que es cuestión de tus hábitos, de cómo fuiste enseñado(a)
o de la moda que te agarres por estar en la adolescencia. Tampoco te digo que seas todo acartonado(a) y
falso(a) porque sería estar en otro extremo, me refiero a que todo lo que
expresas nace del corazón, ya sea limpio y sano o de todo lo contrario.
Cuando Jesucristo habló a la gente siempre tuvo la palabra
oportuna, dijo palabras de amor, unas de ánimo, otras con dolor y hubo varias
con tal autoridad que te dejan con la boca abierta. Y para decir lo que quería,
nunca utilizó palabrotas, ¿sabes a qué me refiero verdad? -no te hagas- me
refiero a las groserías, a las mal intencionadas, a los albures, a las que
ofenden. No necesitas recurrir al lenguaje de “carrocería pesada” para decir
mucho o lo necesario, sino ser acertado para responder a tus cuates, maestros o
familia.
Que tus palabras diarias sean útiles para quienes están
conviviendo contigo; si te agreden que Dios te ilumine para dar la respuesta
correcta; el verso inicial menciona que tu palabra debe ser sazonada con sal; o
sea, sabrosa, para que al decirla no ofenda y lastime el corazón de nadie; y no
porque quieras impresionar, sino porque desde adentro de tu corazón hay ese
cuidado de tener los pensamientos e ideas correctas de las personas, de la vida
o de las circunstancias ¿y sabes qué? esa perspectiva sólo la da Dios… imita a Jesucristo,
él nunca fue un barbero, pero tampoco un
fantoche, siempre supo que decir y no necesitó de palabrotas ¿o no lo crees así?.
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